lunes, 25 de abril de 2016
Soledad soleada
Camino las calles y me distraigo observando el novedoso colorido de las camisas, la primicia de los brazos desnudos, las primeras sandalias libertinas.
Las faldas suben y los pantalones se encogen; las terrazas ofrecen alegrías al aire libre.
Los abrigos quedan castigados en un rincón perdido. Comienza a calentar el sol. Todo parece distinto: la estación invita a relajarse, pero en el fondo todo sigue igual. Los rostros contraídos llevan colgado su silencio irrompible y su rutina intocable. Sólo la primavera ha florecido en los grandes almacenes que alientan el consumo de las almas solitarias. Castigo y premio.
Leo en un diario que en Tokio regalan abrazos en las calles. Un grupo de voluntarios, tal vez tratando de frenar el alto índice de suicidios en un país que ha olvidado tocarse, se ofrece a regalar abrazos cálidos en un universo frío de distancias.
El abrazo, un gesto tan sencillo, regala un sentimiento primigenio: sentirse protegido.
Protegido que es igual a sentirse comprendido, amado y respetado.
No es una secta, ni pretenden vender ni comprar nada. Son jóvenes con ganas de cambiar un esquema que cada vez encierra más al ser humano. Quieren prevenir lo que viene: mientras en el Antártico se deshace el hielo, en los países desarrollados se congela el alma.
Ojalá no caigamos en la peor de las desgracias: la soledad helada.
Llueva, nieve o ventee, habría que sacar el alma al sol para que se caliente.
Ángela Becerra.
Buen consejo. Lo sigo al pie de la letra.
Salgo cada día- mañana y tarde- a tomar el sol y el aire.
Derrocho besos siempre que puedo y procuro rodearme de personas que quiero y que me hacen sentir bien..........así los malos tragos se pasan antes.
Al fin y al cabo, somos corazones tendidos al sol de este Mediterráneo tan nuestro.
Buen día.
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