El jardín de los rododendros.
Cómo me gusta la palabra rododendro. Me encanta.
Cuando la pronunciás, parece que derrapa en la primera sílaba y después se desenrosca hacia el final.
Sueño con un patio con rododendros, sólo para decir "Vení a conocer el patio, así te muestro los rododendros."
Eso le dijeron a mi abuela, que es ahí donde nace la historia. "Vení a conocer el patio, así te muestro los rododendros" le dijeron, o algo así.
Después hubo algo confuso, no sé, el tema es que nació mi tío.
Vos decías rododendro delante de mi abuela, y la vieja se ponía colorada como feriado nacional. Mi abuelo no. Mi abuelo se enfurecía y se iba puteando en polaco.
Semejante contraste emotivo me abrió las orejas y el gusto desde chica por la palabra rododendro.
No por el rododendro en sí. Yo soy una bicha urbana, y para mí sí es verde es yuyo, y si se mueve, animal. Casi diría que ni sé cómo viste y calza el rododendro. Pero se llama así: rododendro, y eso me basta y me sobra.
En el inventario familiar quedó asentado el chiste, y cada vez que se alude a la cosa prohibida, picante, se habla del rododendro. "Que ganas de irme a regar el rododendro"; "Cómo me anda haciendo falta un brote de rododendro"; "Que no lo pesque a tu novio merodeando el rododendro", y cosas así.
El tema es que el tiempo pasa, y yo me quedo con el rododendro. Con la palabra, no con la planta ni con el hecho en sí. Abollada como te va dejando la vida, los colores se deshilachan rápido, las sensaciones pierden consistencia, los recuerdos traspapelan cosas inventadas, pero el rododendro se mantiene ahí.
Y ya nada se merece la palabra rododendro. No queda idea para asociarla, ninguna se le acerca, y todo pierde en comparación. El picante se metabolizó y no pica, los chistes se vuelven rutina - y no tenemos a mano las risas grabadas de las comedias yanquis -, la abuela y el abuelo hace rato que no están.
Ese es el momento de mi vida en el que estoy. En el que la palabra rododendro se ha alejado tanto de lo que fué y de lo que representaba, que ya sólo queda el placer de pronunciarla nada más que por puro placer.
Ahora que a ustedes que leen ésto el rododendro les queda dando vuelta en la cabeza, echando nuevas raíces y enramándose a otros códigos, yo la sigo repitiendo despacito, como quien deja irse lento el humo de un cigarro, desovilla un beso, o alimenta al corazón.
Y me quedo diciendo sólo para mí y no me importa nada: rododendro, rododendro, rododendro.
Desconozco la autora.
Que lástima que para gozar de nuestros jardines floridos tengamos que sufrir estos días tan grises.
En fín, es el ying y el yang , la otra cara de la moneda , la vida misma !!!
Que tengais un buen día.
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