El sitio en que, al rey mago (a un rey mago de pueblo, no al de la cabalgata suntuosa) le conté mis cinco años de vida…
El lugar donde mi padre, a falta de pañuelo, se quitó un calcetín y me limpió los mocos…
La habitación de las lecturas de verano, aquel estante de los libros redentores...
El camino de las moras (moras negras de zarza, moras blancas de árbol) y las hojas que di a los gusanos de seda…
¿qué más da en qué Estado, en qué esquina,
en qué rincón estaban?
(forzosamente estaban en alguno)
si esos granos de tierra de la Tierra
-sean cuales sean su himno, su bandera,
las rayas que en un mapa los encierren-,
si esas partículas de cielo y suelo
donde quiera que se hallen son
mis patrias.
Saiz de Marco
Hace unos días, hablando de viajes con una de mis vecinas - a todas las aprecio, pero a esta especialmente - me dijo, que a ella rara vez le gustaba algo de lo que veía viajando, y, apostilló, que yo debía de ser de esas personas, a las que les gusta todo lo que ven.
Yo asentí, y le dije, que si no todo, casi todo, y que lo disfruto de lo lindo. Que los viajes son caros, pero que los disfruto tanto, y me quedan tan buenos recuerdos que hasta me parecen baratos en la relación precio- provecho que les saco.
Luego, pensando sobre el tema, llegué a la conclusión que es cierto, que me encuentro bien en cualquier lugar, y que siempre me quedo con lo positivo.
Yo, aún siendo aragonesa por los cuatro costados, de donde verdaderamente soy, es - como decía la madre de Joan Manel Serrat, aragonesa de Belchite - de donde mis hijos y nietos comen.
Su bienestar es la única patria que reconozco y acato, todo lo demás son trazos en un papel.
Buen día.
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